¿Qué
podemos hacer en este año de la vida consagrada para ser más fieles a nuestra
vocación? Pensando
en mi vocación. ¿Qué o quién me llamó, y cómo yo respondí a la llamada? Todas sabemos que
Dios es el que llama, cómo, cuándo, y porqué solo Él lo sabe. Necesitamos
hacer un pare, y meditar en nuestra vocación para mejorar, siempre hay
tiempo para mejorar.
Leyendo
el DECRETO PERFECTAE
CARITATIS SOBRE LA ADECUADA RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA me trajo mucho la
atención los medios principales de santificación de los religiosos, Son cuatro:
la Oración, la Escritura, la Liturgia, la Eucaristía.
La
Oración:
La oración es
la elevación del alma a
Dios o la petición al Señor de bienes conformes a su voluntad. La oración es
siempre un don de
Dios que sale al encuentro del hombre. La oración cristiana es relación
personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su
Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones (CCIC 534)
Para
Vicente, la oración es lo primero; era muy práctico pero esa
práctica se
Fundamentaba
en una profunda intimidad con Jesucristo, o sea, en la vida interior de oración.
San
Vicente de Paul: “En la oración mental es donde
encuentro el aliento de mi caridad. Lo más importante es la oración; suprimirla
no es ganar tiempo sino perderlo. Dadme un hombre de oración y será capaz de
todo “.
La
Escritura:
En los
libros sagrados, Dios mismo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para
conversar con ellos.” Carlos De Haro
Por
esta misma razón es una Palabra viva, porque Jesucristo está vivo y presente en
ella, como lo está en la Eucaristía, y es Él quien nos habla a través de ella.
Dios
mismo escribió la Sagrada Escritura obrando en los hagiógrafos y por medio de
ellos.
A
Jesucristo se le llama “el Verbo”. Pues bien, Verbo significa Palabra.
Jesucristo es la Palabra de Dios que se hizo hombre para salvarnos.
La
Liturgia:
Definición
de liturgia
Por: P,
Antonio Rivero | Fuente: Catholic.net
Es el
modo como la Iglesia en su cabeza y en su cuerpo místico o miembros puede
ponerse en contacto y comunicación con Dios, a través de gestos, palabras,
ritos, acciones y así poder participar de la maravillosa gracia de Dios,
santificarnos y entrar en esa vida íntima de Dios.
Otra definición más formal sería ésta: liturgia es el conjunto de signos y
símbolos con los que la Iglesia rinde culto a Dios y se santifica. Todas las
acciones litúrgicas: oración, sacramentos están dirigidas, por tanto, a dar
culto a Dios Padre, por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo, y a la
santificación de cada uno de los fieles que forman esta Iglesia de Cristo.
Por: Antonio Rivero L.C. | Fuente: Catholic.net
Hoy ya
entendemos la liturgia como el culto oficial de la Iglesia, nuevo Pueblo de
Dios, a la Santísima Trinidad, para adorarle, agradecerle, implorarle perdón y
pedirle gracias y favores.
Desde el comienzo del movimiento litúrgico, hasta nuestros días, se han
propuesto muchas definiciones de liturgia y todavía no existe una que sea
admitida unánimemente, dada la riqueza encerrada en dicho misterio. Sin
embargo, todos los autores admiten que el concepto de liturgia incluye los
siguientes elementos: la presencia de Cristo Sacerdote, la acción de la Iglesia
y del Espíritu Santo, la historia de la salvación continuada y actualizada a
través de signos eficaces, que son los sacramentos, y la santificación del culto.
Según
esto se podría considerar la liturgia como la acción sacerdotal de Jesucristo,
continuada en y por la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo, por medio de
la cual el Señor actualiza su obra salvífica a través de signos eficaces, dando
así culto perfectísimo a Dios y comunicando a los hombres la salvación, aquí y
ahora.
Un gran teólogo de nuestro tiempo define así la liturgia: “La liturgia
es la celebración de los sagrados misterios de nuestra redención por la
Iglesia, en la que perdura viva la persona de Cristo, vivos los acontecimientos
salvíficos del origen, activa la presencia de su gracia reconciliadora y fiel
la promesa, mediante los signos que él eligió y que la comunidad realiza,
presidida por la palabra de los apóstoles y animada por el Santo Espíritu de
Jesús...La liturgia es la anamnesia de una comunidad que en obediencia a su
Señor hace memoria de todo lo que él dijo y padeció; de lo que Dios hizo con él
por nosotros. La Iglesia se une así a lo que fue la gesta salvífica de Cristo y
continúa adherida e identificada con la intercesión que, como sacerdote eterno,
Él sigue ofreciendo al Padre por nosotros, mientras peregrinamos en este mundo”.
La
Eucaristía:
Los
efectos y frutos de la Eucaristía
La Eucaristía
Los
efectos que produce la Eucaristía en el alma son consecuencia de la unión con
Cristo.
Por: Cristina Cendoya de Danel | Fuente: Catholic.net
Efectos
Cuando recibimos la Eucaristía, son varios los
efectos que se producen en nuestra alma. Estos efectos son consecuencia de la unión
íntima con Cristo. Él se ofrece en la Misa al Padre para obtenernos por su
sacrificio todas las gracias necesarias para los hombres, pero la efectividad
de esas gracias se mide por el grado de las disposiciones de quienes lo
reciben, y pueden llegar a frustrarse al poner obstáculos voluntarios al
recibir el sacramento.
Por medio de este sacramento, se nos aumenta la
gracia santificante. Para poder comulgar, ya debemos de estar en gracia, no
podemos estar en estado de pecado grave, y al recibir la comunión esta gracia
se nos acrecienta, toma mayor vitalidad. Nos hace más santos y nos une más con
Cristo. Todo esto es posible porque se recibe a Cristo mismo, que es el autor
de la gracia.
Nos otorga la gracia sacramental propia de este
sacramento, llamada nutritiva, porque es el alimento de nuestra alma que
conforta y vigoriza en ella la vida sobrenatural.
Por otro lado, nos otorga el perdón de los
pecados veniales. Se nos perdonan los pecados veniales, lo que hace que el alma
se aleje de la debilidad espiritual.
Frutos de la Eucaristía
El sacramento de la Eucaristía, como todo sacramento, es eficaz. Al
recibirlo hay cambios reales en la persona que lo recibe y en toda la Iglesia
aunque los cambios no se puedan palpar:
Acrecienta nuestra unión con Jesucristo.
Al comulgar recibimos a Jesucristo de una manera real y substancial. Es
una unión real, no es un buen deseo o un símbolo. El sacramento de la
Eucaristía es una unión íntima con Dios que nos llena de su Gracia.
"Quien come mi carne y bebe mi sangre
está en mí y yo en él"
(Jn, 6,56).
Nos perdona los pecados veniales.
Para recibir a Jesús, es indispensable estar en estado de gracia y al
recibirlo, la presencia de Dios dentro de nosotros hace que se borren las
pequeñas faltas que hayamos tenido contra Él y recibimos la gracia para
alejarnos del pecado mortal.
Fortalece la caridad, que en la vida
diaria tiende a debilitarse.
El pecado debilita la caridad y puede hacernos creer que vivir el amor
como Jesús nos lo pide es muy difícil, casi inalcanzable.
Sin embargo, Jesús ya sabía que nos costaría
trabajo y que nos sentiríamos sin fuerzas para lograrlo, por eso quiso quedarse
con nosotros en la Eucaristía para alimentarnos y ayudarnos fortaleciendo
nuestra caridad.
La Eucaristía, siendo el mayor ejemplo de amor
que podemos tener, transforma el corazón llenándolo de amor, de tal manera que
quien la recibe es capaz de vivir la caridad en cada momento de su vida.
"Que nunca os falte, queridos jóvenes,
el Pan eucarístico en las mesas de vuestra existencia. ¡De este pan podréis
sacar fuerza para dar testimonio de vuestra fe!"
(Juan Pablo II. Queridísimos jóvenes)
Esto no es nuevo para nosotras, es un recordatorio. Estamos tan metidas en el
trabajo que a veces se nos olvida, que importante es nuestra vida espiritual y
de oración. No es dejar de trabajar, es como dice San Vicente:
“Así pues, mis
queridas hermanas, es preciso que vosotras y yo tomemos la resolución de no
dejar de hacer oración todos los días. Digo todos los días, hijas mías; pero,
si pudiera ser, diría más: no la dejemos nunca y no dejemos pasar un minuto de
tiempo sin estar en oración, esto es, sin tener nuestro espíritu elevado a
Dios; porque, propiamente hablando, la oración es, como hemos dicho, una
elevación del espíritu a Dios. ¡Pero la oración me impide hacer esta medicina y
llevarla, ver a aquel enfermo, a aquella dama! ¡No importa, hijas mías! Vuestra
alma no dejará nunca de estar en la presencia de Dios y estará siempre lanzando
algún suspiro.”
Es un recordatorio
para ti, para mí, y para todas, en este año de la vida Consagrada y
siempre. Espero que esta reflexión nos pueda ayudar para mejorar nuestra
vida de entrega a Dios.
Su Hermana siempre en Jesús y María
Sor Maritza Ramírez Torres H.C.