jueves, 20 de noviembre de 2014

TRIDUO FESTIVO DE NUESTRA COMPAÑÍA


C
ada año la Compañía vive y revive acontecimientos que, por su significación espiritual constituyen ejes de nuestro carisma y de nuestra identidad hoy. 
La fiesta de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa el 27 de noviembre, la fiesta de su vidente Santa Catalina Labouré, el 28 de noviembre y la Fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl el 29 de noviembre.

“La aparición de María Inmaculada a la joven Catalina en 1830 en la Casa Madre de la Rue du Bac, París, vino a determinar para las dos familias fundadas por San Vicente y para la Iglesia entera, una maravillosa corriente carismática, inspirada por un soplo de esperanza. La Virgen pidió se hiciese acuñar una medalla. Así fueron vencidas la morosidad, la tibieza y la decadencia que habían seguido a la Revolución. Así llegó un raudal inmenso de curaciones, conversiones, protecciones. La repercusión fue considerable.
La medalla, en cuanto objeto que uno lleva, significa compromiso para con Dios, en el sentido de una confianza, una oración, un servicio, como lo comprendió Catalina Labouré. Este lazo con Dios y la comunión de los Santos estimula el compromiso con los demás, que tanto ilustra la caridad constante, eficaz. En una palabra, la Medalla es un signo auxiliar de la contemplación y el compromiso. Es un refuerzo escatológico. No es un signo obligatorio, una necesidad de salvación. Es uno de esos lazos libres y gratuitos, que todo cristiano puede elegir, según la vida espiritual por la que Dios le llame, entre los medios que mejor le sirvan para el camino. Analizando la antigua y permanente función de la Medalla, expresamos su actualidad, la vemos renacer hoy, como renacen los signos, humanos y religiosos. Hagamos la experiencia de la Medalla, no como magia, sino como valor pleno de esperanza y de comunión. La ayuda de Nuestra Señora viene también entre las pruebas y con la cruz, pero trae consigo la paz y el triunfo de la gracia.”
La Compañía cumple 381 años vividos en fidelidad que siempre quiere renovarse, haciendo creíble la frescura del Evangelio. Y es signo elocuente de esta permanencia en el tiempo la predilección manifestada expresamente por María en sus apariciones. Nuestro compromiso en el servicio de los pobres, razón de ser de nuestra entrega, es la mejor ofrenda de gratitud al Dios que nos amó y nos eligió de manera admirable. A nosotros, felices beneficiarios de este don del cielo, nos corresponde no olvidar que la Virgen Inmaculada es nuestra Madre y Mediadora. Ahora, más que nunca, es nuestro deber de hijos e hijas suyos implorarle de todo corazón, repitiéndole con todo el fervor de que seamos capaces: 

“Oh, María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”


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