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ada año la Compañía
vive y revive acontecimientos que, por su significación espiritual constituyen
ejes de nuestro carisma y de nuestra identidad hoy.
La fiesta de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa el 27 de noviembre,
la fiesta de su vidente Santa Catalina Labouré, el 28 de noviembre y la
Fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl el
29 de noviembre.
“La aparición de
María Inmaculada a la joven Catalina en 1830 en la Casa Madre de la Rue du Bac,
París, vino a determinar para las dos familias fundadas por San Vicente y para
la Iglesia entera, una maravillosa corriente carismática, inspirada por un
soplo de esperanza. La Virgen pidió se hiciese acuñar una medalla. Así fueron
vencidas la morosidad, la tibieza y la decadencia que habían seguido a la
Revolución. Así llegó un raudal inmenso de curaciones, conversiones,
protecciones. La repercusión fue considerable.
La medalla, en
cuanto objeto que uno lleva, significa compromiso para con Dios, en el sentido
de una confianza, una oración, un servicio, como lo comprendió Catalina
Labouré. Este lazo con Dios y la comunión de los Santos estimula el compromiso
con los demás, que tanto ilustra la caridad constante, eficaz. En una palabra,
la Medalla es un signo auxiliar de la contemplación y el compromiso. Es un
refuerzo escatológico. No es un signo obligatorio, una necesidad de salvación.
Es uno de esos lazos libres y gratuitos, que todo cristiano puede elegir, según
la vida espiritual por la que Dios le llame, entre los medios que mejor le
sirvan para el camino. Analizando la antigua y permanente función de la
Medalla, expresamos su actualidad, la vemos renacer hoy, como renacen los
signos, humanos y religiosos. Hagamos la experiencia de la Medalla, no como
magia, sino como valor pleno de esperanza y de comunión. La ayuda de Nuestra
Señora viene también entre las pruebas y con la cruz, pero trae consigo la paz
y el triunfo de la gracia.”
La Compañía cumple
381 años vividos en fidelidad que siempre quiere renovarse, haciendo creíble la
frescura del Evangelio. Y es signo elocuente de esta permanencia en el tiempo
la predilección manifestada expresamente por María en sus apariciones. Nuestro
compromiso en el servicio de los pobres, razón de ser de nuestra entrega, es la
mejor ofrenda de gratitud al Dios que nos amó y nos eligió de manera admirable.
A nosotros, felices beneficiarios de este don del cielo, nos corresponde no
olvidar que la Virgen Inmaculada es nuestra Madre y Mediadora. Ahora, más que
nunca, es nuestro deber de hijos e hijas suyos implorarle de todo corazón,
repitiéndole con todo el fervor de que seamos capaces:
“Oh, María, sin pecado concebida,
ruega por nosotros que recurrimos a Ti”
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