CARISMA VICENCIANO EN EL MUNDO
DE LA SALUD Y DE LA ENFERMEDAD
Introducción
La Compañía cumple esta misión desde instituciones muy diversas, algunas
propias de la Compañía, otras dependientes de otros organismos públicos o
privados: en grandes centros hospitalarios, consultorios, dispensarios, puestos
de primeros auxilios, residencias de diversos tipos en zonas urbanas o rurales,
a domicilio… Y los destinatarios son enfermos: crónicos, agudos, terminales,
físicos o psíquicos, contagiosos… sin olvidar el cuidado de niños mal
alimentados, campañas de vacunación, educación preventiva, etc. Las necesidades
de
esos enfermos son distintas, como lo son también
las titulaciones a nivel profesional de las Hermanas sanitarias. También las respuestas son diferentes, si se tiene en cuenta el grado de
progreso de la medicina en los distintos países, los medios y recursos con los
que se cuenta, la demanda de los enfermos, su cultura, sus expectativas y
deseos.
Admitiendo tal diversidad de titulaciones, de
centros, de servicios y destinatarios, ¿hay
unas actitudes, provenientes del carisma vicenciano, que sean comunes a todas
las Hijas de la Caridad que sirven a los pobres enfermos? La respuesta es afirmativa
1. Los Fundadores ante los enfermos pobres
En 1602, los Hermanos de san Juan de Dios fundan en
París el Hospital de la Caridad. El 20 de octubre de 1611, Vicente de Paúl
entrega al prior de dicho hospital un donativo de quince mil libras para
colaborar en los costes
del edificio y en la manutención de los pobres
que en él se alojan. El mismo acudía a dicho hospital para visitar, servir y
exhortar a los pobres enfermos, como lo hacía también en el Hótel Dieu, las
Casitas, San Luis y la Salpétriére
Ya desde 1608, san Vicente venía relacionándose
con dicha Orden y era testigo del trato exquisito que los Hermanos dispensaban
a los enfermos. Eso le permitió conocer el reglamento que tenían y la
espiritualidad que los animaba. También es probable que en Roma conociese a san
Camilo y a sus Clérigos Regulares, Servidores de los enfermos. De hecho, expresiones que son familiares a las Hijas de la Caridad y que
su Fundador les repetía frecuentemente, están inspiradas en la espiritualidad
de los Camilos; por ejemplo, mirar a los enfermos como a «nuestros amos y señores», «dejar a Dios por Dios»… sin olvidar el
cuarto voto de servir a los pobres enfermos durante toda la vida que hacían
dichos religiosos.
Los ochenta años que vivió san Vicente son la
prueba de la constitución robusta de este campesino de Las Landas. Sin embargo,
a los veinte años comienzan sus enfermedades: fiebres, heridas, hinchazón de
piernas, mal de piedra. Conocemos la preocupación de santa Luisa y su solicitud
exquisita en proporcionarle los remedios que aliviasen el dolor de su director.
Santa Luisa era más bien de una constitución
enfermiza, a la vez que de un ánimo inquebrantable. Desde los primeros años de
su matrimonio visitaba a los enfermos en los hospitales y en sus casas. Atendiendo
a su marido enfermo aprendió a conocer y a cuidar a otros enfermos. Desde su
experiencia aconsejará y enseñará después a las Hermanas cómo cuidarles y
consolarles. Dios la condujo a la santidad por el camino del sufrimiento físico
y espiritual. De ambos intentó aliviarla también san Vicente.
Conocemos cuál fue el origen de todas las Obras
que sucesivamente fueron creando nuestros Fundadores en favor de los enfermos.
La semilla se plantó y germinó en Chátillon, cuando san Vicente fundó la
primera Cofradía de la Caridad para atender a una familia de feligreses pobres
y enfermos (23 de agosto de 1617), y pronto se expandió por las parroquias de
París y alrededores. Cuando santa Luisa tomó contacto con su nuevo director
espiritual (1625), ella será la principal colaboradora y animadora de tales
Cofradías. A las señoras que las integraban les transmitirá tanto sus
conocimientos sanitarios y de organización, como la mística que debe animarlas.
Lo mismo hará después con las primeras Hijas de la Caridad de las que
san Vicente la considera
«madre y maestra».
Tres convicciones animan a ambos Fundadores:
a) Las enfermedades son emisarios de la
Providencia divina y, como tales, oportunidades para nuestra santificación y
para unirnos a Cristo sufriente y redentor.
b) Los enfermos son imagen de Cristo; lo que
hacemos a ellos se lo hacemos al mismo Cristo. c) El servicio a los enfermos
incluye la atención corporal y espiritual.
Y esas convicciones se traducen en obras y en instituciones que las
encarnan, porque «el amor no puede permanecer ocioso, hay que socorrer al
enfermo y ayudarle tanto como se pueda en sus necesidades y miserias, y hay que
procurar también liberarlo de ellas en todo o en parte, porque la mano debe
estar de acuerdo con el corazón» (san Vicente).
2. Cofradía de la Caridad, sirvientas de los
pobres enfermos
Tal es
el nombre con el que, a través de sucesivas aprobaciones (20 de noviembre de
1646, 18 de enero de
1655, noviembre de 1657) fue reconocida
oficialmente la Compañía de las Hijas de la Caridad. Antes del 29 de noviembre
de 1633, varias jóvenes atendían a los enfermos y servían a los pobres desde
las parroquias en las que estaban establecidas las Caridades, compuestas de
mujeres casadas, viudas y muchachas.
Tanto en el Reglamento de la Cofradía de
Chátillon como en los documentos aprobatorios de la Compañía como cofradía
independiente de las Caridades, se especifica que el fin es atender a los
pobres enfermos. La variedad de pobrezas haría extender posteriormente los
servicios a otros pobres, empresa a la que se suman las señoras de la
Asociación de la Caridad del Hótel Dieu. Probablemente hasta 1655, las primeras
Hijas de la Caridad sirvieron a los pobres bajo la autoridad de las señoras de
las Cofradías y de las Damas.
El recordar estas fechas y el origen de la
Compañía, sobradamente conocido no tiene otra intención sino sintonizar y reafirmar
lo que repetidamente nos han recordado nuestros Superiores Generales: «la
inspiración fundacional de las Hijas de la Caridad fue entregar su vida al
servicio de los pobres enfermos». «Tengo la esperanza de que los enfermos
pobres ocuparán siempre un lugar privilegiado en la misión de la Compañía y de
cada una de sus Provincias». Aquel pequeño grupo de jóvenes que san Vicente
confió a santa Luisa para que las formase y sirviesen desde las parroquias,
llevaba el nombre de «Siervas de los pobres enfermos».
El Fundador hablaba con admiración entrañable de
Margarita Naseau, da que mostró el camino a las demás», y que precisamente
murió a causa de una enfermedad contagiosa contraída por atender a una mujer
apestada. Y el mismo P. Maloney, en conexión con el tema
de la Asamblea general de 1997 y al finalizar ésta, repitió: «Es importante que
esta obra fundacional de las Hijas de la Caridad encuentre su forma más eficaz
en cada cultura».
3. Vuelta a las fuentes
Cuando el concilio Vaticano II habló del “agiornamento»
de la Iglesia y de las distintas congregaciones en ella, señaló dos criterios
inseparables a tener en cuenta: la vuelta a las fuentes y la atención a los
signos de los tiempos. La fidelidad dinámica al carisma entre las
Hermanas que sirven a los pobres desde el campo sanitario requiere tener muy en
cuenta hoy esos dos criterios.
Uno de los principales motivos por los que los Fundadores lucharon con
tanto empeño para que las Hijas de la
Caridad no fuesen religiosas fue porque ese
estado no convenía al designio de Dios sobre la Compañía. Decir
<‹religiosa» equivalía a vivir en clausura, y
esto sería un obstáculo para ir a donde estaban los enfermos«porque vosotras tenéis que ir por todas
partes». Por eso vuestro monasterio serán las casas de los enfermos y
vuestra celda un cuarto de alquiler. Porque «las
Hijas de la Caridad no son religiosas sino Hermanas que van y vienen como
seglares». La movilidad y la disponibilidad son, pues,
requisitos necesarios para seguir siendo fieles al fin de la Compañía.
Y al mismo tiempo que las Hijas de la Caridad
reflexionan sobre su origen, deberán hacerlo también sobre los signos de los
tiempos, sobre la evolución de la sanidad en cada país y las necesidades de los
pobres. Para ello se requiere leer esos signos no desde intereses personales,
sino desde lo que significa el don total a Dios para servirle en los pobres. Y
eso no es posible sin una pobreza de corazón, sin la humildad y la caridad.
Sólo así deduciremos dónde y cómo responder hoy a las necesidades de los enfermos.
La Iglesia reitera frecuentemente su opción por los
pobres. La Exhortación Vita Consecrata, al tratar sobre la opción por los
pobres y la promoción por la justicia, afirma que esto es inherente a todo
discípulo de Jesús, pero más particularmente a los consagrados. Y que si bien
la Iglesia anuncia el Evangelio a todos los hombres y mujeres, «se dirige con
una atención especial, con una auténtica «opción preferencial» a quienes se
encuentran en una situación de mayor debilidad y, por tanto, de más grave
necesidad. «Pobres», en las múltiples dimensiones de la pobreza, son los
oprimidos, los marginados, los ancianos, los enfermos, los pequeños y cuantos
son considerados y tratados como los «últimos» en la sociedad. La Compañía, en
fidelidad a su fin, debe estar en la vanguardia de tal opción.
4. Atención a los signos de los tiempos
Vosotras sois testigos de la evolución que está experimentando la
sanidad y su actual situación: nueva legislación, nuevas enfermedades, nuevas
técnicas…
Estudios serios de sociólogos y economistas nos
demuestran que la pobreza es movediza y que, por diversas causas, se corre de
un colectivo social a otro. Y no ignoramos que aparecen nuevas enfermedades
cuyos pacientes son rechazados; o reformas del sistema sanitario que, de hecho,
dejan al margen o sin atención adecuada a colectivos de ciudadanos,
generalmente los más desvalidos e indefensos.
Esta realidad no puede ignorarla una Compañía
que nació para atender a los pobres enfermos e ir a donde ellos estén. Es un
signo a través del cual Dios la llama a hacer los reajustes y los cambios
necesarios que favorezcan la fidelidad al fin para el que nació: «para atender a los pobres enfermos que no
tienen a nadie», decía san
Vicente.
Algunas de las consecuencias negativas de las reformas sanitarias se
dejan sentir especialmente en los enfermos mentales, en los crónicos y
terminales, en los ancianos de escasos recursos, en la población de zonas
rurales, en los toxicómanos y sidosos, en los excluidos (emigrantes, parados,
los sin techo…). En los países en vias de desarrollo hay que añadir los niños,
las víctimas de la malnutrición y de enfermedades contagiosas, los desplazados
por conflictos étnicos y bélicos…
La Exhortación Vita Consecrata pide a los
consagrados que sirven a los enfermos: «que en sus decisiones otorguen un lugar
privilegiado a los enfermos más pobres y abandonados, así como a los ancianos,
incapacitados, marginados, enfermos terminales y víctimas de la droga y de las
enfermedades contagiosas» 4. Esta coincidencia entre lo que se constata en la
sociedad y lo que enumera la Exhortación, cuestiona los modos de servir a los
pobres enfermos hoy y está llamando a impulsar una revisión o refundación de
las obras del campo sanitario.
5.
La constante revisión de obras
La Compañía debe estar en un continuo estado de
revisión de obras, o de los diferentes servicios a través de los cuales la
Compañía sirve a los pobres. Y ello no sólo en aquellos países o provincias
donde decrece el número de Hermanas por escasez de vocaciones o aumenta su
promedio de edad; también allí donde abundan las vocaciones.
En la Compañía debe haber coherencia entre «el
fin» y «las obras». Estas deben estar al servicio de aquél. Y si una obra
surgió como respuesta a una pobreza y ésta ha desaparecido, o se ha corrido a
otro sector social, o ya está atendida por otros organismos, la obra de las
Hijas de la Caridad debe cambiar de destinatarios o trasladarse allí donde
están los pobres.
Se requiere prudencia, ciertamente, pero también
coraje y disponibilidad.
Allí donde las Provincias tuvieron abundancia de
vocaciones pudieron responder a múltiples llamadas de los pobres. Cuando escasean esas vocaciones o disminuyen las posibilidades, los
efectivos de tales Provincias deben orientarse, al menos en su mayoría, hacia
los más necesitados.
Así nuestras personas y nuestras obras serán
signos de esperanza para los pobres.
6. ¿Qué tendrían aquellas tres Hermanas?
Hace tan sólo unos días que una Hermana
misionera, destinada en un país mayoritariamente islámico, me contó este hecho
del cual ella era testigo. En dicho país existen algunos grupos de
profundización en la fe cristiana. A uno de ellos acuden hoy dos médicos
musulmanes que, durante años, habían trabajado en un hospital con tres
Hermanas.
Cuando esos dos médicos han explicado por qué se
han incorporado al grupo, su respuesta ha sido: «aquellas Hermanas hacían lo
mismo que las demás enfermeras; pero nosotros percibíamos que había en ellas
algo interior y muy profundo que las hacía distintas a las demás. No era el
servicio que prestaban a los enfermos. Era algo más. Estamos aquí para intentar
descubrir aquello que admirábamos y no sabemos qué era».
Es una historia que confirma lo que dice la Exhortación Evangelii
Nuntiandi (Pablo VI, 8 de diciembre de 1975):
«A través del testimonio sin palabras, los
cristianos hacen plantearse a quienes contemplan su vida, interrogantes
irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién
es el que los inspira?»
Centrémonos en el tema de esta conferencia y
veamos quién es y qué es lo que debe inspirar y el servicio sanitario de las
Hijas de la Caridad, siervas de los pobres enfermos, en fidelidad a su carisma
específico.
Ciertamente que la realidad de la sociedad es
hoy muy diferente que en tiempo de los Fundadores, aunque, desgraciadamente,
sigue habiendo países en los que la situación es similar o peor aún. Como es
cierto también que debemos saber leer críticamente lo que ellos aconsejaban o
prescribían a las primeras Hermanas enviadas a servir a los pobres enfermos. No
se trata de hacer hoy lo mismo, sino de descubrir las motivaciones evangélicas
que les impulsaban. Estas son válidas en todo tiempo, en toda situación, en
toda cultura. Recordémoslas.
a)
Una opción de vida
La vocación de las Hijas de la Caridad, como la
de todo cristiano y consagrado, es asumir un modo de vida por motivaciones de
fe; ellas, en concreto, por seguir a Cristo, fuente y modelo de caridad,
evangelizador y servidor de los pobres. Para continuar esa misión, las Hijas de
la Caridad se dan totalmente a Dios para servirle en los pobres. «El servicio
es para ellas la expresión de su consagración a Dios en la Compañía y comunica
a esa consagración su pleno significado»; es «la trama de su vida».
Las Hijas de la Caridad, por lo tanto,
comprenden y viven su profesión u oficio mediante el que sirven a los pobres no
como una simple tarea humanitaria o de realización personal, sino como
expresión de una opción de vida. Su «ser» y su «hacer» son dos elementos, si bien
no idénticos, sí inseparables. «Cristo y los pobres son los dos polos
inseparables que deben orientar, hoy y siempre, el ser y la misión de la
Compañía».
b)
Una mirada de fe
Los pobres enfermos son la imagen de Cristo
sufriente. «Nuestro Señor está presente en los pobres». «Al servir a los pobres
se sirve a Jesucristo». «Esto es verdadero como que estamos aquí. Una Hermana
irá diez veces cada día a ver los enfermos y diez veces cada día encontrará en
ellos a Dios» (san Vicente). Desde esta visión de fe
del pobre, y desde este modo de comprender el
servicio adquiere toda su hondura y significado el «dejar a Dios por Dios».
Porque, de acuerdo con la sentencia del Hijo del Hombre en el juicio de las
naciones, repetía san Vicente a las primeras Hermanas: «Dios acoge con agrado
el servicio que hacéis a los enfermos y lo considera como hecho a El mismo».
La expresión vicenciana «dar la vuelta a la
medalla» equivale al ejercicio, nada fácil muchas veces, de mirar con los ojos
de la fe a enfermos difíciles, desagradecidos, descontentos, groseros … Un ejercicio similar al que hacemos con el negativo de una fotografía:
para identificar a quienes están retratados en ese claroscuro tenemos
que mirar el cliché a la luz del sol o de una lámpara
encendida. Por lo mismo nuestras Constituciones dicen: «En
una mirada de fe ven a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo, y se
esfuerzan por servirle en sus miembros dolientes con dulzura, compasión,
cordialidad, respeto y devoción».
c)
Un servicio integral
Para los Fundadores, el servicio que las Hijas
de la Caridad deben prestar a los pobres enfermos comprende el cuidado corporal
y espiritual. «No es suficiente proporcionarles las medicinas o socorrerles en
sus necesidades corporales o materiales. No faltan personas que hagan eso.
Vosotras no estáis sólo para sus cuerpos, sino también para ayudarles a
salvarse. Eso es lo que os diferencia de otras» (san Vicente). La Hija de la Caridad «no separa el servicio corporal del servicio
espiritual, la obra de humanización de la evangelización».
Otra «convicción» es que «la contribución de la Compañía a la nueva
evangelización se concreta en ser «apóstoles de la caridad» mediante el amor
hecho servicio corporal y espiritual a los marginados de la sociedad»’. Y para
confirmarlo en el documento Vita Consecrata leemos: «Servir a los pobres es un
acto de evangelización y, al mismo tiempo, signo de autenticidad evangélica».
Pero la misma Exhortación añade que
«entre los posibles ámbitos de la caridad, el
que sin duda manifiesta en nuestros días y por un título especial el amor hasta
el extremo, es el anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen,
a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres».
Juan Pablo II dijo a los participantes en la XII Conferencia
Internacional de Pastoral Sanitaria: «La actividad sanitaria es al mismo tiempo
«ministerio terapéutico» y «servicio a la vida»; a imitación de Cristo que se
manifestó como «médico de las almas y de los cuerpos». Así seréis anunciadores
concretos del evangelio de la vida» (14 de noviembre de 1997). «Vosotras vais a
dar vida donde otros ponen muerte», decía san Vicente a las Hermanas enviadas a
cuidar los heridos en la guerra. La misión de las Hijas de la Caridad
sanitarias es ser defensoras y testigos del «Evangelio de la Vida», en el
sentido más pleno y profundo, frente a una «cultura de la muerte» y sus
múltiples manifestaciones actuales.
Un servicio integral de calidad al enfermo
reclama de todas las Hijas de la Caridad sanitarias una capacitación y
actualización tanto profesional como pastoral. De ahí la necesidad de la
formación permanente en las dos vertientes.
San Vicente, desde su experiencia como
evangelizador y como pedagogo de las Hermanas, les decía: «Hay que decir al
enfermo alguna palabra que le recuerde a Dios; no decirles muchas cosas a la
vez, sino ir poco a poco… Una palabra que salga del corazón y que se diga con
el debido espíritu será suficiente para llevarles a Dios».
Otras veces el servicio espiritual irá más allá:
anuncio explícito del Padre que nos ama y no nos abandona, de Cristo que sufre
con nosotros y que es vida en abundancia, de la Iglesia que nos hace presente
el perdón y nos reconforta con los sacramentos, etc. Pero siempre como testigos
del que vino a darnos «Vida en abundancia».
Las Constituciones, reconociendo vuestra misión
evangelizadora y, al mismo tiempo, las diversas situaciones de los enfermos y
el derecho a su libertad religiosa.
La Hija de la Caridad sanitaria tiene que
contribuir, cuando le sea posible, a la revitalización y a la renovación de la
pastoral sanitaria del centro, colaborando fraternalmente con los organismos
eclesiales de la pastoral sanitaria.
7. «Me gustaría servir a los pobres de esta
manera»
Es indudable que san Vicente sentía un gran afecto y
admiración por Margarita Naseau. El ejemplo de esta joven
campesina fue una fuente de inspiración para el Fundador de la Compañía: una
pastorcita que llegó a ser
«maestra», pero que, cuando conoce las Cofradías de la
Caridad, se orienta al cuidado de los enfermos, porque
«me gustaría servir a los pobres de esa manera».
«Margarita Naseau es la primera Hermana que tuvo la
dicha de mostrar el camino a las demás». «Todo el mundo la quería, porque no
había nada en ella que no fuese digno de amor»’. Y san
Vicente se la presentaba a las Hermanas como ejemplo de humildad, de acogida a
todos, de disponibilidad, de alegría, y mártir de la caridad.
Recordemos la pequeña historia narrada anteriormente
de las tres Hermanas y los dos médicos del país musulmán. ¿Qué verían en ellas
para seguir aún interrogándose y buscando una respuesta?
San Vicente decía de Margarita Naseau que «para
asistir a los pobres enfermos no tuvo casi ningún maestro o maestra más que a
Dios». Y, convencido de que la Compañía había sido suscitada en la Iglesia para
continuar la misión de Cristo, ello sería imposible si no se revestía de su
mismo espíritu y asumía las máximas evangélicas.
La aportación del carisma vicenciano a la acción
evangelizadora de la Iglesia en el mundo de la salud y la enfermedad será la
encarnación y expresión de las actitudes que los Fundadores pedían a las
Hermanas siervas de los pobres enfermos. Ante todo la imitación de Cristo
evangelizador y servidor: «La regla de las Hijas de la Caridad es Cristo». «En
Cristo contemplan, para traducirlas en la propia vida, las disposiciones que
las acercan a los más desheredados». «Tienen la preocupación primordial de
darles a conocer a Dios, anunciándoles a Jesucristo, su única esperanza, y
decirles que el Reino de los cielos está cerca y es para ellos». «Cualquiera que sea su forma de trabajo y su nivel profesional, se
mantienen ante los pobres en una actitud de siervas, es decir, en la práctica
de las virtudes de su estado: humildad, sencillez y caridad».
Las Hijas de la Caridad sanitarias, según san Vicente,
expresan también su actitud de siervas, sirviendo a los miembros dolientes de
Cristo «con dulzura, compasión, cordialidad, respeto y devoción». Y esto no se
aprende en un curso sobre relaciones humanas. No es
una técnica, es una mística.
«Me gustaría servir a los pobres de esa manera». ¿Cómo? Apuntamos brevemente algunas de sus expresiones:
Con dulzura
El Reglamento de la Cofradía de la Caridad de
Chátillon (24 de noviembre de 1617), en el párrafo que trata de cómo recibir y
atender a los pobres enfermos, es todo él una prueba exquisita de dulzura,
cordialidad y paciencia inspiradas por la caridad. Nos suena a una nueva
versión de la parábola del Buen Samaritano.
La dulzura hace de la Hija de la Caridad la expresión
de la bondad de Dios mediante el trato afable, el cariño y la paciencia con que
trata al enfermo. Esa es su contribución a la «humanización de la técnica,
haciendo de ella el vehículo de la ternura de Cristo» (Madre Guillemin).
Con compasión
Por la compasión, la Hija de la Caridad entra en
sintonía con los enfermos, padece con ellos y busca el alivio corporal y
espiritual que necesitan. Así traduce la actitud de Cristo que se compadecía de
las multitudes hambrientas dándoles de comer, y de los enfermos devolviéndoles
la salud. Para san Pablo, la compasión es un fruto de la caridad. Y para san
Vicente: «¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él, sin
sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser peor que las bestias».
Con cordialidad
Es otra expresión de afecto sincero. Hablamos de
saludos o despedidas cordiales cuando percibimos que el corazón está de por
medio. Decía san Vicente: «Si la caridad fuese una
manzana, la cordialidad sería su color».
«Hijas de la Caridad significa hijas muy cordiales»’.
Las expresiones de la cordialidad son: un rostro alegre y sonriente, incluso
con los enfermos más fastidiosos y difíciles, una palabra amable que salga del
corazón, un gesto de atención esmerada, etc.
Con
devoción
La devoción es la actitud del creyente ante la
presencia de lo sagrado. Un devocionario es un libro de oraciones con las que
nos dirigimos a Dios, a María, a los santos. San Vicente habla de la devoción
que debemos tener en la misa y en la oración. La devoción de una Hermana
sanitaria será el resultado y la expresión de ese descubrimiento evangélico y
vicenciano: que los pobres enfermos son la imagen privilegiada del Cristo
sufriente. Por eso la devoción es como un acto de culto a Cristo presente en el
pobre.
Con
respeto
San Vicente dirigió a las Hermanas una
conferencia «sobre el respeto cordial» (1 de enero de 1644). El respeto a los
pobres es consecuencia del haber asumido que ellos son «nuestros amos y
señores». «El respeto unido a la cordialidad son dos señales de las verdaderas
Hijas de la Caridad, esto es, hijas de Dios» . El respeto al enfermo se traduce
en un trato cordial, como vosotras mismas desearíais ser tratadas. Y, por
supuesto, en algo tan elemental y fundamental como es el reconocimiento y
defensa de los derechos del enfermo’, frecuentemente no respetados.
En la segunda conferencia que dio san Vicente a
las Hermanas «sobre el espíritu de la Compañía» (9 de febrero de 1653), él
mismo se hizo esta pregunta y se dio la respuesta: «¿No deben tener todos los
cristianos esas virtudes?» Sí, Hermanas mías, pero las Hijas de la Caridad
tienen que ser más atentas en su práctica. El que os vea tiene que conoceros
por esas virtudes»’. Algo similar podríamos decir sobre las
cualidades que deben acompañar vuestro servicio. No tenéis la exclusividad de
la dulzura, la compasión, la cordialidad, la devoción y el respeto, pero
ciertamente son el sello de la identidad de las Hermanas que sirven a los
pobres enfermos; ese «algo más» que vosotras tenéis que añadir a lo que hace un
buen profesional.
Recapitulación
La Compañía existe para ser testigos del amor de Dios
a los hombres. Las Hijas de la Caridad son «apóstoles de la
Caridad».-Estáis destinadas, decía
san Vicente, a representar la bondad de
Dios a los enfermos». Vuestra unidad de vida, vuestra armonía interior
requiere que viváis la vocación en la inseparabilidad entre don a Dios y
servicio a los pobres.
El amor de Cristo y a Cristo evangelizador y servidor
de los pobres será la fuente de donde brote y se alimente el fuego de la
caridad y el celo por la salud integral de los enfermos. «Si tenemos la vocación de encender el fuego divino por toda la tierra,
cuánto más he de arder yo con este fuego divino» (san Vicente). El «nuevo
ardor» de las Hijas de la Caridad como nuevas evangelizadoras brotará y se
alimentará de su amor apasionado a Cristo y a los pobres.
El servicio al enfermo comprende la atención a sus
necesidades corporales y espirituales. «La Compañía no separa el servicio
corporal del servicio espiritual, la obra de humanización de la de
evangelización» Ese amor se traduce en actitudes de sierva, inspiradas y
sostenidas por la humildad, la sencillez y la caridad; y traducidas en un
servicio a los miembros dolientes de Cristo hecho -con dulzura, compasión, respeto y devoción». Esto no será posible
sin una mirada a los pobres con los ojos de la fe: «Lo que hacéis a uno de estos más pequeños, a Mí me lo hacéis»
«No sois de aquí ni de allá». Las Hijas
de la Caridad viven el «van y vienen» en
total disponibilidad para ir a donde los pobres las reclaman y la obediencia
las envía. Esto implica vivir en estado permanente de revisión de obras para
descubrir, dejar y asumir aquéllas que reclama el corrimiento de la pobreza.
La revisión de obras y servicios se facilita con la
formación permanente. El servicio a la salud de los enfermos es la respuesta de
la Compañía a las necesidades corporales y espirituales de esos pobres. Para
ofrecer ese servicio integral de caridad, la formación debe comprender la
capacitación profesional y la renovación de la «pastoral de la salud y de la
enfermedad».
Cada servicio confiado a las Hijas de la Caridad es
expresión de la misión común. Una vida comunitaria en la que se comparte la fe,
se cultiva la comunión de corazones y la reconciliación, se integran
armónicamente los tiempos de oración, de servicio y descanso, son el apoyo
necesario para la misión, amplía el poder evangelizador y el testimonio
profético como comunidad, tanto en el ambiente hospitalario como en ámbitos más
amplios. Una comunidad «sana» es sanante; no así una comunidad «enferma».
Y una vez más la pregunta: ¿Qué tendrían
aquellas tres Hermanas que, sin ellas darse cuenta, suscitaron en los dos
médicos musulmanes preguntas a las que están buscando respuesta? No era el
servicio que prestaban a los enfermos; era algo más profundo. ¿No sería el por
quién y por qué de su vocación? ¿No sería la expresión de su convicción de que
servir a los pobres es servir a Cristo? ¿No sería porque su vida no era tanto
ofrecer unos servicios, sino, más bien, sentirse y hacerse siervas de los
pobres enfermos a quienes consideraban sus amos y señores?
Esos dos médicos percibieron el calor, el
perfume y el agua. Buscan la hoguera, la rosa y el manantial. Ojalá los encuentren. Y, con ellos, otros muchos: los enfermos a los que
servís, los profesionales y colaboradores con los que trabajáis y vivís, la
Iglesia y el mundo.
El buen olor de Cristo (A modo de conclusión)
Jesús fue invitado a comer en casa de un fariseo
llamado Simón. Cuando estaba sentado a la mesa, se presenta una mujer y derrama
sobre los pies del Maestro un frasco de perfume cuyo buen olor se expandió por
toda la casa. Jesús, y tal era la intención de la mujer, lo interpreta como un
signo de amor.
San Pablo escribió: «Cristo Jesús da a conocer
su mensaje por medio de vosotros, y es como un perfume agradable que se esparce
por todas partes. Porque somos como el olor del incienso que Cristo ofrece al
Padre… Es un perfume cuya fragancia da vida»’. «Vivid con amor, así como Cristo
nos amó como un cordero sacrificado y ofrecido a Dios en olor agradable a El».
Ofrecer a los otros el perfume de la caridad; de
eso se trata. Los modos de hacerlo son muchos, tanto como los variadísimos
servicios mediante los cuales las Hijas de la Caridad sirven a los pobres. Lo
importante es que todos ellos sean expresiones del amor que los inspira.
Porque, en el fondo, nuestra vocación no es tanto ofrecer unos servicios a los
enfermos, sino darnos nosotras mismas.
P. Fernando Quintano,cm
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