miércoles, 17 de septiembre de 2014

COMISIÓN DE SALUD




CARISMA VICENCIANO EN EL MUNDO 
DE LA SALUD Y DE LA ENFERMEDAD



Introducción


La Compañía cumple esta misión desde instituciones muy diversas, algunas propias de la Compañía, otras dependientes de otros organismos públicos o privados: en grandes centros hospitalarios, consultorios, dispensarios, puestos de primeros auxilios, residencias de diversos tipos en zonas urbanas o rurales, a domicilio… Y los destinatarios son enfermos: crónicos, agudos, terminales, físicos o psíquicos, contagiosos… sin olvidar el cuidado de niños mal alimentados, campañas de vacunación, educación preventiva, etc. Las necesidades de
esos enfermos son distintas, como lo son también las titulaciones a nivel profesional de las Hermanas sanitarias. También las respuestas son diferentes, si se tiene en cuenta el grado de progreso de la medicina en los distintos países, los medios y recursos con los que se cuenta, la demanda de los enfermos, su cultura, sus expectativas y deseos.

Admitiendo tal diversidad de titulaciones, de centros, de servicios y destinatarios, ¿hay unas actitudes, provenientes del carisma vicenciano, que sean comunes a todas las Hijas de la Caridad que sirven a los pobres enfermos? La respuesta es afirmativa

1. Los Fundadores ante los enfermos pobres

En 1602, los Hermanos de san Juan de Dios fundan en París el Hospital de la Caridad. El 20 de octubre de 1611, Vicente de Paúl entrega al prior de dicho hospital un donativo de quince mil libras para colaborar en los costes
del edificio y en la manutención de los pobres que en él se alojan. El mismo acudía a dicho hospital para visitar, servir y exhortar a los pobres enfermos, como lo hacía también en el Hótel Dieu, las Casitas, San Luis y la Salpétriére

Ya desde 1608, san Vicente venía relacionándose con dicha Orden y era testigo del trato exquisito que los Hermanos dispensaban a los enfermos. Eso le permitió conocer el reglamento que tenían y la espiritualidad que los animaba. También es probable que en Roma conociese a san Camilo y a sus Clérigos Regulares, Servidores de los enfermos. De hecho, expresiones que son familiares a las Hijas de la Caridad y que su Fundador les repetía frecuentemente, están inspiradas en la espiritualidad de los Camilos; por ejemplo, mirar a los enfermos como a «nuestros amos y señores», «dejar a Dios por Dios»… sin olvidar el cuarto voto de servir a los pobres enfermos durante toda la vida que hacían dichos religiosos.

Los ochenta años que vivió san Vicente son la prueba de la constitución robusta de este campesino de Las Landas. Sin embargo, a los veinte años comienzan sus enfermedades: fiebres, heridas, hinchazón de piernas, mal de piedra. Conocemos la preocupación de santa Luisa y su solicitud exquisita en proporcionarle los remedios que aliviasen el dolor de su director.

Santa Luisa era más bien de una constitución enfermiza, a la vez que de un ánimo inquebrantable. Desde los primeros años de su matrimonio visitaba a los enfermos en los hospitales y en sus casas. Atendiendo a su marido enfermo aprendió a conocer y a cuidar a otros enfermos. Desde su experiencia aconsejará y enseñará después a las Hermanas cómo cuidarles y consolarles. Dios la condujo a la santidad por el camino del sufrimiento físico y espiritual. De ambos intentó aliviarla también san Vicente.

Conocemos cuál fue el origen de todas las Obras que sucesivamente fueron creando nuestros Fundadores en favor de los enfermos. La semilla se plantó y germinó en Chátillon, cuando san Vicente fundó la primera Cofradía de la Caridad para atender a una familia de feligreses pobres y enfermos (23 de agosto de 1617), y pronto se expandió por las parroquias de París y alrededores. Cuando santa Luisa tomó contacto con su nuevo director espiritual (1625), ella será la principal colaboradora y animadora de tales Cofradías. A las señoras que las integraban les transmitirá tanto sus conocimientos sanitarios y de organización, como la mística que debe animarlas. Lo mismo hará después con las primeras Hijas de la Caridad de las que san Vicente la considera
«madre y maestra».



Tres convicciones animan a ambos Fundadores:

a) Las enfermedades son emisarios de la Providencia divina y, como tales, oportunidades para nuestra santificación y para unirnos a Cristo sufriente y redentor.

b) Los enfermos son imagen de Cristo; lo que hacemos a ellos se lo hacemos al mismo Cristo. c) El servicio a los enfermos incluye la atención corporal y espiritual.
Y esas convicciones se traducen en obras y en instituciones que las encarnan, porque «el amor no puede permanecer ocioso, hay que socorrer al enfermo y ayudarle tanto como se pueda en sus necesidades y miserias, y hay que procurar también liberarlo de ellas en todo o en parte, porque la mano debe estar de acuerdo con el corazón» (san Vicente).

2. Cofradía de la Caridad, sirvientas de los pobres enfermos

Tal es el nombre con el que, a través de sucesivas aprobaciones (20 de noviembre de 1646, 18 de enero de
1655, noviembre de 1657) fue reconocida oficialmente la Compañía de las Hijas de la Caridad. Antes del 29 de noviembre de 1633, varias jóvenes atendían a los enfermos y servían a los pobres desde las parroquias en las que estaban establecidas las Caridades, compuestas de mujeres casadas, viudas y muchachas.

Tanto en el Reglamento de la Cofradía de Chátillon como en los documentos aprobatorios de la Compañía como cofradía independiente de las Caridades, se especifica que el fin es atender a los pobres enfermos. La variedad de pobrezas haría extender posteriormente los servicios a otros pobres, empresa a la que se suman las señoras de la Asociación de la Caridad del Hótel Dieu. Probablemente hasta 1655, las primeras Hijas de la Caridad sirvieron a los pobres bajo la autoridad de las señoras de las Cofradías y de las Damas.

El recordar estas fechas y el origen de la Compañía, sobradamente conocido no tiene otra intención sino sintonizar y reafirmar lo que repetidamente nos han recordado nuestros Superiores Generales: «la inspiración fundacional de las Hijas de la Caridad fue entregar su vida al servicio de los pobres enfermos». «Tengo la esperanza de que los enfermos pobres ocuparán siempre un lugar privilegiado en la misión de la Compañía y de cada una de sus Provincias». Aquel pequeño grupo de jóvenes que san Vicente confió a santa Luisa para que las formase y sirviesen desde las parroquias, llevaba el nombre de «Siervas de los pobres enfermos».

El Fundador hablaba con admiración entrañable de Margarita Naseau, da que mostró el camino a las demás», y que precisamente murió a causa de una enfermedad contagiosa contraída por atender a una mujer apestada. Y el mismo P. Maloney, en conexión con el tema de la Asamblea general de 1997 y al finalizar ésta, repitió: «Es importante que esta obra fundacional de las Hijas de la Caridad encuentre su forma más eficaz en cada cultura».


3. Vuelta a las fuentes

Cuando el concilio Vaticano II habló del “agiornamento» de la Iglesia y de las distintas congregaciones en ella, señaló dos criterios inseparables a tener en cuenta: la vuelta a las fuentes y la atención a los signos de los tiempos. La fidelidad dinámica al carisma entre las Hermanas que sirven a los pobres desde el campo sanitario requiere tener muy en cuenta hoy esos dos criterios.

Uno de los principales motivos por los que los Fundadores lucharon con tanto empeño para que las Hijas de la
Caridad no fuesen religiosas fue porque ese estado no convenía al designio de Dios sobre la Compañía. Decir
<‹religiosa» equivalía a vivir en clausura, y esto sería un obstáculo para ir a donde estaban los enfermos«porque vosotras tenéis que ir por todas partes». Por eso vuestro monasterio serán las casas de los enfermos y vuestra celda un cuarto de alquiler. Porque «las Hijas de la Caridad no son religiosas sino Hermanas que van y vienen como seglares». La movilidad y la disponibilidad son, pues, requisitos necesarios para seguir siendo fieles al fin de la Compañía.





Y al mismo tiempo que las Hijas de la Caridad reflexionan sobre su origen, deberán hacerlo también sobre los signos de los tiempos, sobre la evolución de la sanidad en cada país y las necesidades de los pobres. Para ello se requiere leer esos signos no desde intereses personales, sino desde lo que significa el don total a Dios para servirle en los pobres. Y eso no es posible sin una pobreza de corazón, sin la humildad y la caridad. Sólo así deduciremos dónde y cómo responder hoy a las necesidades de los enfermos.

La Iglesia reitera frecuentemente su opción por los pobres. La Exhortación Vita Consecrata, al tratar sobre la opción por los pobres y la promoción por la justicia, afirma que esto es inherente a todo discípulo de Jesús, pero más particularmente a los consagrados. Y que si bien la Iglesia anuncia el Evangelio a todos los hombres y mujeres, «se dirige con una atención especial, con una auténtica «opción preferencial» a quienes se encuentran en una situación de mayor debilidad y, por tanto, de más grave necesidad. «Pobres», en las múltiples dimensiones de la pobreza, son los oprimidos, los marginados, los ancianos, los enfermos, los pequeños y cuantos son considerados y tratados como los «últimos» en la sociedad. La Compañía, en fidelidad a su fin, debe estar en la vanguardia de tal opción.

4. Atención a los signos de los tiempos

Vosotras sois testigos de la evolución que está experimentando la sanidad y su actual situación: nueva legislación, nuevas enfermedades, nuevas técnicas…

Estudios serios de sociólogos y economistas nos demuestran que la pobreza es movediza y que, por diversas causas, se corre de un colectivo social a otro. Y no ignoramos que aparecen nuevas enfermedades cuyos pacientes son rechazados; o reformas del sistema sanitario que, de hecho, dejan al margen o sin atención adecuada a colectivos de ciudadanos, generalmente los más desvalidos e indefensos.

Esta realidad no puede ignorarla una Compañía que nació para atender a los pobres enfermos e ir a donde ellos estén. Es un signo a través del cual Dios la llama a hacer los reajustes y los cambios necesarios que favorezcan la fidelidad al fin para el que nació: «para atender a los pobres enfermos que no tienen a nadie», decía san
Vicente.

Algunas de las consecuencias negativas de las reformas sanitarias se dejan sentir especialmente en los enfermos mentales, en los crónicos y terminales, en los ancianos de escasos recursos, en la población de zonas rurales, en los toxicómanos y sidosos, en los excluidos (emigrantes, parados, los sin techo…). En los países en vias de desarrollo hay que añadir los niños, las víctimas de la malnutrición y de enfermedades contagiosas, los desplazados por conflictos étnicos y bélicos…

La Exhortación Vita Consecrata pide a los consagrados que sirven a los enfermos: «que en sus decisiones otorguen un lugar privilegiado a los enfermos más pobres y abandonados, así como a los ancianos, incapacitados, marginados, enfermos terminales y víctimas de la droga y de las enfermedades contagiosas» 4. Esta coincidencia entre lo que se constata en la sociedad y lo que enumera la Exhortación, cuestiona los modos de servir a los pobres enfermos hoy y está llamando a impulsar una revisión o refundación de las obras del campo sanitario.

5. La constante revisión de obras

La Compañía debe estar en un continuo estado de revisión de obras, o de los diferentes servicios a través de los cuales la Compañía sirve a los pobres. Y ello no sólo en aquellos países o provincias donde decrece el número de Hermanas por escasez de vocaciones o aumenta su promedio de edad; también allí donde abundan las vocaciones.

En la Compañía debe haber coherencia entre «el fin» y «las obras». Estas deben estar al servicio de aquél. Y si una obra surgió como respuesta a una pobreza y ésta ha desaparecido, o se ha corrido a otro sector social, o ya está atendida por otros organismos, la obra de las Hijas de la Caridad debe cambiar de destinatarios o trasladarse allí donde están los pobres.
Se requiere prudencia, ciertamente, pero también coraje y disponibilidad.




Allí donde las Provincias tuvieron abundancia de vocaciones pudieron responder a múltiples llamadas de los pobres. Cuando escasean esas vocaciones o disminuyen las posibilidades, los efectivos de tales Provincias deben orientarse, al menos en su mayoría, hacia los más necesitados.
Así nuestras personas y nuestras obras serán signos de esperanza para los pobres.

6. ¿Qué tendrían aquellas tres Hermanas?

Hace tan sólo unos días que una Hermana misionera, destinada en un país mayoritariamente islámico, me contó este hecho del cual ella era testigo. En dicho país existen algunos grupos de profundización en la fe cristiana. A uno de ellos acuden hoy dos médicos musulmanes que, durante años, habían trabajado en un hospital con tres Hermanas.

Cuando esos dos médicos han explicado por qué se han incorporado al grupo, su respuesta ha sido: «aquellas Hermanas hacían lo mismo que las demás enfermeras; pero nosotros percibíamos que había en ellas algo interior y muy profundo que las hacía distintas a las demás. No era el servicio que prestaban a los enfermos. Era algo más. Estamos aquí para intentar descubrir aquello que admirábamos y no sabemos qué era».

Es una historia que confirma lo que dice la Exhortación Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 8 de diciembre de 1975):
«A través del testimonio sin palabras, los cristianos hacen plantearse a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira?»

Centrémonos en el tema de esta conferencia y veamos quién es y qué es lo que debe inspirar y el servicio sanitario de las Hijas de la Caridad, siervas de los pobres enfermos, en fidelidad a su carisma específico.

Ciertamente que la realidad de la sociedad es hoy muy diferente que en tiempo de los Fundadores, aunque, desgraciadamente, sigue habiendo países en los que la situación es similar o peor aún. Como es cierto también que debemos saber leer críticamente lo que ellos aconsejaban o prescribían a las primeras Hermanas enviadas a servir a los pobres enfermos. No se trata de hacer hoy lo mismo, sino de descubrir las motivaciones evangélicas que les impulsaban. Estas son válidas en todo tiempo, en toda situación, en toda cultura. Recordémoslas.

a) Una opción de vida

La vocación de las Hijas de la Caridad, como la de todo cristiano y consagrado, es asumir un modo de vida por motivaciones de fe; ellas, en concreto, por seguir a Cristo, fuente y modelo de caridad, evangelizador y servidor de los pobres. Para continuar esa misión, las Hijas de la Caridad se dan totalmente a Dios para servirle en los pobres. «El servicio es para ellas la expresión de su consagración a Dios en la Compañía y comunica a esa consagración su pleno significado»; es «la trama de su vida».

Las Hijas de la Caridad, por lo tanto, comprenden y viven su profesión u oficio mediante el que sirven a los pobres no como una simple tarea humanitaria o de realización personal, sino como expresión de una opción de vida. Su «ser» y su «hacer» son dos elementos, si bien no idénticos, sí inseparables. «Cristo y los pobres son los dos polos inseparables que deben orientar, hoy y siempre, el ser y la misión de la Compañía».

b) Una mirada de fe

Los pobres enfermos son la imagen de Cristo sufriente. «Nuestro Señor está presente en los pobres». «Al servir a los pobres se sirve a Jesucristo». «Esto es verdadero como que estamos aquí. Una Hermana irá diez veces cada día a ver los enfermos y diez veces cada día encontrará en ellos a Dios» (san Vicente). Desde esta visión de fe
del pobre, y desde este modo de comprender el servicio adquiere toda su hondura y significado el «dejar a Dios por Dios». Porque, de acuerdo con la sentencia del Hijo del Hombre en el juicio de las naciones, repetía san Vicente a las primeras Hermanas: «Dios acoge con agrado el servicio que hacéis a los enfermos y lo considera como hecho a El mismo».

La expresión vicenciana «dar la vuelta a la medalla» equivale al ejercicio, nada fácil muchas veces, de mirar con los ojos de la fe a enfermos difíciles, desagradecidos, descontentos, groseros … Un ejercicio similar al que hacemos con el negativo de una fotografía: para identificar a quienes están retratados en ese claroscuro tenemos


que mirar el cliché a la luz del sol o de una lámpara encendida. Por lo mismo nuestras Constituciones dicen: «En una mirada de fe ven a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo, y se esfuerzan por servirle en sus miembros dolientes con dulzura, compasión, cordialidad, respeto y devoción».

c) Un servicio integral

Para los Fundadores, el servicio que las Hijas de la Caridad deben prestar a los pobres enfermos comprende el cuidado corporal y espiritual. «No es suficiente proporcionarles las medicinas o socorrerles en sus necesidades corporales o materiales. No faltan personas que hagan eso. Vosotras no estáis sólo para sus cuerpos, sino también para ayudarles a salvarse. Eso es lo que os diferencia de otras» (san Vicente). La Hija de la Caridad «no separa el servicio corporal del servicio espiritual, la obra de humanización de la evangelización».

Otra «convicción» es que «la contribución de la Compañía a la nueva evangelización se concreta en ser «apóstoles de la caridad» mediante el amor hecho servicio corporal y espiritual a los marginados de la sociedad»’. Y para confirmarlo en el documento Vita Consecrata leemos: «Servir a los pobres es un acto de evangelización y, al mismo tiempo, signo de autenticidad evangélica». Pero la misma Exhortación añade que
«entre los posibles ámbitos de la caridad, el que sin duda manifiesta en nuestros días y por un título especial el amor hasta el extremo, es el anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres».

Juan Pablo II dijo  a los participantes en la XII Conferencia Internacional de Pastoral Sanitaria: «La actividad sanitaria es al mismo tiempo «ministerio terapéutico» y «servicio a la vida»; a imitación de Cristo que se manifestó como «médico de las almas y de los cuerpos». Así seréis anunciadores concretos del evangelio de la vida» (14 de noviembre de 1997). «Vosotras vais a dar vida donde otros ponen muerte», decía san Vicente a las Hermanas enviadas a cuidar los heridos en la guerra. La misión de las Hijas de la Caridad sanitarias es ser defensoras y testigos del «Evangelio de la Vida», en el sentido más pleno y profundo, frente a una «cultura de la muerte» y sus múltiples manifestaciones actuales.

Un servicio integral de calidad al enfermo reclama de todas las Hijas de la Caridad sanitarias una capacitación y actualización tanto profesional como pastoral. De ahí la necesidad de la formación permanente en las dos vertientes.

San Vicente, desde su experiencia como evangelizador y como pedagogo de las Hermanas, les decía: «Hay que decir al enfermo alguna palabra que le recuerde a Dios; no decirles muchas cosas a la vez, sino ir poco a poco… Una palabra que salga del corazón y que se diga con el debido espíritu será suficiente para llevarles a Dios».

Otras veces el servicio espiritual irá más allá: anuncio explícito del Padre que nos ama y no nos abandona, de Cristo que sufre con nosotros y que es vida en abundancia, de la Iglesia que nos hace presente el perdón y nos reconforta con los sacramentos, etc. Pero siempre como testigos del que vino a darnos «Vida en abundancia».

Las Constituciones, reconociendo vuestra misión evangelizadora y, al mismo tiempo, las diversas situaciones de los enfermos y el derecho a su libertad religiosa.

La Hija de la Caridad sanitaria tiene que contribuir, cuando le sea posible, a la revitalización y a la renovación de la pastoral sanitaria del centro, colaborando fraternalmente con los organismos eclesiales de la pastoral sanitaria.


7. «Me gustaría servir a los pobres de esta manera»

Es indudable que san Vicente sentía un gran afecto y admiración por Margarita Naseau. El ejemplo de esta joven campesina fue una fuente de inspiración para el Fundador de la Compañía: una pastorcita que llegó a ser
«maestra», pero que, cuando conoce las Cofradías de la Caridad, se orienta al cuidado de los enfermos, porque
«me gustaría servir a los pobres de esa manera».




«Margarita Naseau es la primera Hermana que tuvo la dicha de mostrar el camino a las demás». «Todo el mundo la quería, porque no había nada en ella que no fuese digno de amor»’. Y san Vicente se la presentaba a las Hermanas como ejemplo de humildad, de acogida a todos, de disponibilidad, de alegría, y mártir de la caridad.

Recordemos la pequeña historia narrada anteriormente de las tres Hermanas y los dos médicos del país musulmán. ¿Qué verían en ellas para seguir aún interrogándose y buscando una respuesta?

San Vicente decía de Margarita Naseau que «para asistir a los pobres enfermos no tuvo casi ningún maestro o maestra más que a Dios». Y, convencido de que la Compañía había sido suscitada en la Iglesia para continuar la misión de Cristo, ello sería imposible si no se revestía de su mismo espíritu y asumía las máximas evangélicas.

La aportación del carisma vicenciano a la acción evangelizadora de la Iglesia en el mundo de la salud y la enfermedad será la encarnación y expresión de las actitudes que los Fundadores pedían a las Hermanas siervas de los pobres enfermos. Ante todo la imitación de Cristo evangelizador y servidor: «La regla de las Hijas de la Caridad es Cristo». «En Cristo contemplan, para traducirlas en la propia vida, las disposiciones que las acercan a los más desheredados». «Tienen la preocupación primordial de darles a conocer a Dios, anunciándoles a Jesucristo, su única esperanza, y decirles que el Reino de los cielos está cerca y es para ellos». «Cualquiera que sea su forma de trabajo y su nivel profesional, se mantienen ante los pobres en una actitud de siervas, es decir, en la práctica de las virtudes de su estado: humildad, sencillez y caridad».

Las Hijas de la Caridad sanitarias, según san Vicente, expresan también su actitud de siervas, sirviendo a los miembros dolientes de Cristo «con dulzura, compasión, cordialidad, respeto y devoción». Y esto no se aprende en un curso sobre relaciones humanas. No es una técnica, es una mística.

«Me gustaría servir a los pobres de esa manera». ¿Cómo? Apuntamos brevemente algunas de sus expresiones:


Con dulzura

El Reglamento de la Cofradía de la Caridad de Chátillon (24 de noviembre de 1617), en el párrafo que trata de cómo recibir y atender a los pobres enfermos, es todo él una prueba exquisita de dulzura, cordialidad y paciencia inspiradas por la caridad. Nos suena a una nueva versión de la parábola del Buen Samaritano.

La dulzura hace de la Hija de la Caridad la expresión de la bondad de Dios mediante el trato afable, el cariño y la paciencia con que trata al enfermo. Esa es su contribución a la «humanización de la técnica, haciendo de ella el vehículo de la ternura de Cristo» (Madre Guillemin).

Con compasión

Por la compasión, la Hija de la Caridad entra en sintonía con los enfermos, padece con ellos y busca el alivio corporal y espiritual que necesitan. Así traduce la actitud de Cristo que se compadecía de las multitudes hambrientas dándoles de comer, y de los enfermos devolviéndoles la salud. Para san Pablo, la compasión es un fruto de la caridad. Y para san Vicente: «¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él, sin sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser peor que las bestias».

Con cordialidad

Es otra expresión de afecto sincero. Hablamos de saludos o despedidas cordiales cuando percibimos que el corazón está de por medio. Decía san Vicente: «Si la caridad fuese una manzana, la cordialidad sería su color».
«Hijas de la Caridad significa hijas muy cordiales»’. Las expresiones de la cordialidad son: un rostro alegre y sonriente, incluso con los enfermos más fastidiosos y difíciles, una palabra amable que salga del corazón, un gesto de atención esmerada, etc.

Con devoción

La devoción es la actitud del creyente ante la presencia de lo sagrado. Un devocionario es un libro de oraciones con las que nos dirigimos a Dios, a María, a los santos. San Vicente habla de la devoción que debemos tener en la misa y en la oración. La devoción de una Hermana sanitaria será el resultado y la expresión de ese descubrimiento evangélico y vicenciano: que los pobres enfermos son la imagen privilegiada del Cristo sufriente. Por eso la devoción es como un acto de culto a Cristo presente en el pobre.


Con respeto

San Vicente dirigió a las Hermanas una conferencia «sobre el respeto cordial» (1 de enero de 1644). El respeto a los pobres es consecuencia del haber asumido que ellos son «nuestros amos y señores». «El respeto unido a la cordialidad son dos señales de las verdaderas Hijas de la Caridad, esto es, hijas de Dios» . El respeto al enfermo se traduce en un trato cordial, como vosotras mismas desearíais ser tratadas. Y, por supuesto, en algo tan elemental y fundamental como es el reconocimiento y defensa de los derechos del enfermo’, frecuentemente no respetados.

En la segunda conferencia que dio san Vicente a las Hermanas «sobre el espíritu de la Compañía» (9 de febrero de 1653), él mismo se hizo esta pregunta y se dio la respuesta: «¿No deben tener todos los cristianos esas virtudes?» Sí, Hermanas mías, pero las Hijas de la Caridad tienen que ser más atentas en su práctica. El que os vea tiene que conoceros por esas virtudes»’. Algo similar podríamos decir sobre las cualidades que deben acompañar vuestro servicio. No tenéis la exclusividad de la dulzura, la compasión, la cordialidad, la devoción y el respeto, pero ciertamente son el sello de la identidad de las Hermanas que sirven a los pobres enfermos; ese «algo más» que vosotras tenéis que añadir a lo que hace un buen profesional.

Recapitulación

La Compañía existe para ser testigos del amor de Dios a los hombres. Las Hijas de la Caridad son «apóstoles de la Caridad».-Estáis destinadas, decía san Vicente, a representar la bondad de Dios a los enfermos». Vuestra unidad de vida, vuestra armonía interior requiere que viváis la vocación en la inseparabilidad entre don a Dios y servicio a los pobres.

El amor de Cristo y a Cristo evangelizador y servidor de los pobres será la fuente de donde brote y se alimente el fuego de la caridad y el celo por la salud integral de los enfermos. «Si tenemos la vocación de encender el fuego divino por toda la tierra, cuánto más he de arder yo con este fuego divino» (san Vicente). El «nuevo ardor» de las Hijas de la Caridad como nuevas evangelizadoras brotará y se alimentará de su amor apasionado a Cristo y a los pobres.

El servicio al enfermo comprende la atención a sus necesidades corporales y espirituales. «La Compañía no separa el servicio corporal del servicio espiritual, la obra de humanización de la de evangelización» Ese amor se traduce en actitudes de sierva, inspiradas y sostenidas por la humildad, la sencillez y la caridad; y traducidas en un servicio a los miembros dolientes de Cristo hecho -con dulzura, compasión, respeto y devoción». Esto no será posible sin una mirada a los pobres con los ojos de la fe: «Lo que hacéis a uno de estos más pequeños, a Mí me lo hacéis»

«No sois de aquí ni de allá». Las Hijas de la Caridad viven el «van y vienen» en total disponibilidad para ir a donde los pobres las reclaman y la obediencia las envía. Esto implica vivir en estado permanente de revisión de obras para descubrir, dejar y asumir aquéllas que reclama el corrimiento de la pobreza.

La revisión de obras y servicios se facilita con la formación permanente. El servicio a la salud de los enfermos es la respuesta de la Compañía a las necesidades corporales y espirituales de esos pobres. Para ofrecer ese servicio integral de caridad, la formación debe comprender la capacitación profesional y la renovación de la «pastoral de la salud y de la enfermedad».

Cada servicio confiado a las Hijas de la Caridad es expresión de la misión común. Una vida comunitaria en la que se comparte la fe, se cultiva la comunión de corazones y la reconciliación, se integran armónicamente los tiempos de oración, de servicio y descanso, son el apoyo necesario para la misión, amplía el poder evangelizador y el testimonio profético como comunidad, tanto en el ambiente hospitalario como en ámbitos más amplios. Una comunidad «sana» es sanante; no así una comunidad «enferma».







Y una vez más la pregunta: ¿Qué tendrían aquellas tres Hermanas que, sin ellas darse cuenta, suscitaron en los dos médicos musulmanes preguntas a las que están buscando respuesta? No era el servicio que prestaban a los enfermos; era algo más profundo. ¿No sería el por quién y por qué de su vocación? ¿No sería la expresión de su convicción de que servir a los pobres es servir a Cristo? ¿No sería porque su vida no era tanto ofrecer unos servicios, sino, más bien, sentirse y hacerse siervas de los pobres enfermos a quienes consideraban sus amos y señores?

Esos dos médicos percibieron el calor, el perfume y el agua. Buscan la hoguera, la rosa y el manantial. Ojalá los encuentren. Y, con ellos, otros muchos: los enfermos a los que servís, los profesionales y colaboradores con los que trabajáis y vivís, la Iglesia y el mundo.

El buen olor de Cristo (A modo de conclusión)

Jesús fue invitado a comer en casa de un fariseo llamado Simón. Cuando estaba sentado a la mesa, se presenta una mujer y derrama sobre los pies del Maestro un frasco de perfume cuyo buen olor se expandió por toda la casa. Jesús, y tal era la intención de la mujer, lo interpreta como un signo de amor.

San Pablo escribió: «Cristo Jesús da a conocer su mensaje por medio de vosotros, y es como un perfume agradable que se esparce por todas partes. Porque somos como el olor del incienso que Cristo ofrece al Padre… Es un perfume cuya fragancia da vida»’. «Vivid con amor, así como Cristo nos amó como un cordero sacrificado y ofrecido a Dios en olor agradable a El».


Ofrecer a los otros el perfume de la caridad; de eso se trata. Los modos de hacerlo son muchos, tanto como los variadísimos servicios mediante los cuales las Hijas de la Caridad sirven a los pobres. Lo importante es que todos ellos sean expresiones del amor que los inspira. Porque, en el fondo, nuestra vocación no es tanto ofrecer unos servicios a los enfermos, sino darnos nosotras mismas.


P. Fernando Quintano,cm


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